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Así Surgió

La Bolsa Mágica

Había aparecido la idea..  Se me había metido en la cabeza que debía ponerla en marcha por varios motivos. Algunas personas me seguían el rollo y otras me veían como un poco “lunática” (sí, acababa de haber un eclipse, y el mismo Luisfe dijo que me había afectado) y se preocupaban bastante. En efecto, esta idea, ese proyecto y esa determinación de llevarla a cabo contra viento y marea, nos cambiaría la vida. Las motivaciones venían de aquellos que lo escuchaban desde más lejos, tanto Eider y mi clase completa de danza oriental, como mi compañera de trabajo Mech, estaban muy entretenidas con la idea y su evolución, y la secundaban por ser un proyecto valiente y bonito. En el otro lado estaban mi familia y Luisfe. Mucho más preocupados. Cuando se lo comuniqué a mis padres, el día que les invité (o me invitaron) por mi cumpleaños en La Castela, su preocupación fué muy grande. Sobre todo porque yo ya había dado el paso, me había decidido, e incluso lo había comunicado a mi empresa, a la que le había pedido una reducción de jornada y poder tener jueves y viernes libres para desarrollar mi proyecto (con el tiempo, volví a recuperar los jueves). Una vez hecha la comunicación, y aunque no recibí apenas apoyo… (¿quizás mis hermanas?, ¿mi tía?), me preparé para arriesgarlo todo, hice números y me puse a buscar local… por mi barrio. El primer intento me llevó a un local muy peculiar, de techos muy altos y espacios inferiores y en altillo, que había en la calle Duque de Sexto. Allí fué donde me hice amiga de Nuria Aguadé, de la juguetería Puck, que poco después (y antes incluso de yo abrir) tuvo que cerrar sus puertas por una bajada continua del negocio. Aquello sí que era una juguetería bonita, llena de cosas maravillosas, sobre todo las casitas de muñecas. Recuerdo que Nuria me dió consejos y me habló sobre cómo trabajaba los precios (aquella era la época del IVA al 16%,… ¡con ese IVA estaba construido mi plan de negocio inicial!). Me veía tan valiente y emocionada. La primera vez que estuve en su tienda, esperé pacientemente a tener ocasión de hablar con ella y preguntarle por los caseros del local de al lado, mientras entraban clientes, y acabé presentándome a una familia que iba a celebrar el cumpleaños de su hija Carla en el Retiro, porque “Gorongoro” había cerrado ese año, y ofreciéndome a prepararles un pintacaras, que yo misma haría como como primera toma de contacto con las fiestas y “estudio de mercado”. Nuria reconocía en mí ese brillo en los ojos, esa energía, esa ebullición de ideas que tiene uno cuando está a punto de emprender, y le parecía algo digno de celebración. Así era, en esos días, y durante muchos meses, me levantaba antes de que sonara el despertador. Muchos días, salía a las 8 de casa y me iba al trabajo andando. El motor iba sólo. Estaba llena de burbujitas y mi cabeza también. Siempre llevaba conmigo el cuadernito, y cada día salía alguna idea de cosas para hacer, nombres, actividades, productos, líneas de negocio, etc. Debía apuntarlo todo… aunque muchas ideas se quedaron en el tintero. No se puede hacer todo. A veces tenía tantos nervios que me afectaba al apetito y al número de visitas que hacía al baño… En esta época – de junio a diciembre – perdí mucho peso. Aquel local no lo pude coger. Supuestamente lo había reservado una empresa de Barcelona. Desmotivada me fuí de paseo por el barrio (era jueves, era mi primer día de mis nuevos “fines de semana alargados”) y pasé por delante de una nueva heladería. Se llamaba Yoreti y la regentaba un matrimonio. Cuando le conté el motivo de mi depresión y necesidad de “helado de chocolate” me habló del local de al lado, para el que el dueño (el mismo que les alquilaba aquel local) aún estaba buscando inquilino. Era el local de los Billares Vital. ¿Creéis en el destino? Cuando por fín ví el local supe que lo había encontrado (aunque el proyecto cambió, pues con aquel primer local en Duque de Sexto, me estaba imaginando la posibilidad de hacer una pequeña “fábrica de chocolate” y este me inspiró otro cuento, el de Hansel y Gretel, con bosque mágico y casita. Os he hablado de cómo elegí el nombre y lo que me inspiró para ello. Cuando ya tenía el local visto, había que seguir desarrollando el proyecto y pasar por todos los trámites legales: pedir préstamo, constituir la empresa, asesorarme para las obras y licencias. Fueron varias las visitas a Ventanilla Única en la calle Ribera del Loira. También fuí a la Oficina de Patentes y Marcas, donde registré las marcas. Antes también había reservado los dominios y la web la estaba preparando mi amigo Lalo. Aquellos días, paseaba por las calles fotografiando todo, logotipos, carteles, escaparates. Había hecho una recopilación de fotos de la Expo, y de lugares de parques de atracciones y otras jugueterías, tiendas de dulces, etc. de las que quería poder explicar mi idea para este lugar. Además, me fuí a Bélgica y Holanda en un viaje solita, para conocer proveedores, y seguir fotografiando lugares mágicos (en Amberes encontré una juguetería maravillosa, In Den Olifant, que a todos los que vayáis os recomiendo visitar con vuestros niños). El césped era una idea muy clara. En 2008 había estado en Zaragoza, en el Pabellón de Turquía para la Expo, y aquella zona de césped inclinado, donde la gente se sentaba y observaba imágenes de Turquía, viendo proyecciones de distintas zonas del país, justo frente a un caminito o río de luces, me dió la inspiración para crear “el bosque mágico” ¡El nuestro tendría además un árbol y un mural pintado! Buscar presupuestos (lo más bajo posibles) para la obra, que llegó a costar más de 100.000€ por necesidad de rehacer todas las canalizaciones eléctricas, instalar un cuadro eléctrico que podría haber servido para el mismo Pachá o Kinépolis, hacer particiones: cuarto de preparación, zona de meriendas, baño de niños, de niñas, de empleados, cuarto de basuras, suelos, alicatados, alisar paredes y… una sorpresita de última hora: la escalera no cumplía la normativa. Hubo que tirarla y con ayuda de ingenieros, volverla a levantar.   Una persona a quien acudí en los comienzos y que aparece en las primeras escrituras, iba a ser mi socia, en minoría, pero parecía que todo lo hacía yo… Con los arquitectos solamente no me supe apañar. Darle el toque que yo quería, pronto descubrí que necesitaba gente profesional del mundo de la decoración, y mi primo Hernán, a quien estaré eternamente agradecida – el estudió interiorismo – me presentó al equipo de Trisca y Deca: Gonzalo y Lucía. La Bolsa Mágica sería su primer proyecto. Ellos me presentaron al fantástico Alberto Pirrongelli, el autor del mural más bonito del mundo. Cada día de esos jueves y viernes que tenía para mí, intentaba pasarme un rato a verle pintar y me quedaba maravillada. Los vecinos de Menéndez Pelayo también se paraban a admirar la evolución del mural y todos sus animalitos. ¡Un genio! Si llegados a este punto quieres saber qué siguió después, puedes pasar al siguiente artículo: “De las Obras a la Apertura”
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